sábado, febrero 25, 2012

Carnaval




La semana pasada fue en gran parte del mundo católico la época de Carnaval. Sin duda uno de los más famosos del mundo es el Carnaval de Colonia; creo que no hay nada más importante para un colonés que el Carnaval: ni siquiera la Navidad tiene la misma importancia ni se ritualiza ni se prepara de la misma manera. Es una tradición obligatoria que comienza el 11 de noviembre a las 11:11 de la mañana. Termina oficialmente al alba del Miércoles de Ceniza del año consecutivo, en la que es conocido que llega gente borracha, disfrazada y chorreadísima a tomar ceniza ya sea a la legendaria Catedral o a la parroquia local. Ni los ocupantes franceses ni los prusianos detuvieron la tradición, mucho menos el nacionalsocialismo --más bien éste lo aprovechó para sus propagandas--; solamente los Aliados británicos lograron suspenderlo un par de años, después de 1945.

El Carnaval como tal no existe en su manera y composición en otras partes de Alemania (hay una especie del mismo llamada Fasching en la región de Stuttgart y por supuesto en la Selva Negra, hasta en la protestantísima Thuringia, e incluso hay simulaciones del mismo dentro del ámbito de algunas escuelas en el norte de Alemania, así como en las escuelas en Monterrey imitábamos el Día de Muertos en México) Los días más grandes empiezan en la región central del río Rhin (entre las ciudades de Maguncia --cómo detesto esa hispanización-- y Düsseldorf) y específicamente en la ciudad de Colonia el jueves previo, en el Weiberfastnacht, teniendo como punto máximo el lunes de las Rosas (Rosenmontag, que en realidad es una mutación del nombre original --rasende Montag, según dicen-- y que no tiene nada qué ver con rosas en realidad) para terminar con la quema del Nubbel la noche del martes al miércoles y la posterior toma de ceniza.

Al Carnaval pertenecen naturalmente los desfiles, que son fascinantes: se reúnen las distintas asociaciones de Carnaval que existen en la ciudad, las comparsas que organizan escuelas, colegios, comunidades parroquiales, clubes deportivos, y casi cualquier barrio está representado: Nippes, Sülz, Mühlheim, Sürth, Deutz.... Se atiza el fuego de la crítica social y política: contra el discriminante sistema educativo, contra la codicia de los médicos y las aseguradoras privadas, contra el recién renunciado presidente Wulff, contra todo el gabinete conservador de la Merkel --criticada prácticamente por cualquiera--, contra los escándalos de corrupción en la alcaldía local (claro, acá también existe), y bueno, hasta temas internacionales como el rechazo de la entrada de Turquía a la UE, las promesas no cumplidas por Obama. Naturalmente no podía faltar la figura central del deporte local, Lukas Podolski, héroe del F.C. Köln, tenía un carro dedicado a él (representado como un santo, la mascota del equipo --una cabra-- le rogaba que no se fuera) y él mismo participó de una comparsa arrojando caramelos*.

Lucas Podolski <3

Olvídense de significados simbólicos e históricos: los hay, búsquenlos en un manual de antropología o en Wikipedia, pero no hay por qué intelectualizar el carnaval. El chiste es la fiesta: o tomas parte de ella o mejor durante los días respectivos toma tus maletas y lánzate a Mallorca o a congelarte el culo a Berlín. No hay manera de escapar; semanas o meses antes los "locos" o "payasos" carnavalistas (Karnevalsnarren o Karnevalsjecken) preparan sus disfraces, que pueden ser confeccionados en casa o comprados en cualquiera de las decenas de tiendas que una vez pasado el mes de diciembre ya empiezan a anunciarse. El más común, no sé por qué, es el disfraz de payaso, pero puede ser cualquiera: vampiro, monje, la marrana Peggy, rockero de los ochentas --como el mío-- o lo que sea. Puede ser un soldado con una carabina decorada por flores, burlándose ya sea de soldados napoleónicos, prusianos o de los mismos soldados del Arzobispado que no defendieron bien la ciudad durante respectivas invasiones.




El convento de monjas de la Severinstr. también celebró desde sus ventanales

Las reglas morales no valen aquí: hombres casados besan a otras mujeres; una misma chica pasa por los brazos de distintos hombres; gente que acaba de conocerse se devora a besos públicamente, de repente uno que otro loco se agarra a golpes con otros. Citas se conciertan, heterosexuales se hacen bicuriosos por unas cuantas horas, borrachos corren sin control sobre la calle a las 4 de la mañana, se bebe sin fin, el abrigo se arroja a un lado, se pisotea arrinconado por ahí, se llena de gotas de cerveza y sudor y aunque hayan pasado 18 horas continuas de celebración, cantando y bailando, dormir es casi imposible por la adrenalina que llena la sangre y que la noche del martes, durante la quema del Nubbel, no siente ya más los efectos del alcohol tras la 7a u 8va ración de verdadera kölsch.

Este año tuve la buena suerte de pasarla con mis amigos M. y D., ambos provenientes de zonas rurales cercanas y, especialmente con M., bastante fluido en el dialecto local. Él me explicó cada significado que pasa desaparecibido a un foráneo, venga del extranjero o de otra parte de Alemania. Me enseñó bastantes palabras y frases del dialecto --mismo que escucho muy frecuentemente por mi barrio--, me explicó el sentido de muchas letras de las canciones tradicionales y el de las más nuevas de Carnaval, que además conforman un acervo musical riquísimo, vastísimo lleno de humor e ironía, pero también de nostalgia, tristeza y amor: composiciones de Willy Ostermann, Willi Milowitsch, el gran patriarca del cabaret estilo kölsch y su respectivo teatro en la Aachener-Str., de grupos como Höhner, Bläck Föös, etc., música que es derroche de ocurrencias y pendejadas, y también un canto de amor al terruño, la Heimat, a Colonia.


Es ahí donde es más que evidente que Alemania no es un país uniforme y único, no es (solamente) la estampita de intelectuales, pensadores, compositores e ingenieros cuadráticos vestidos de negro tipo Kraftwerk (que para empezar casi nadie escucha) que trabajan en laboratorios galácticos de VW y BMW, imagen ciertamente adquirida en las estampitas que compran en su papelería local, que obtienen en el libro de alemán como lengua extranjera o que cruza por el imaginario de la DeutscheWelle y sus emisiones internacionales, así como por el de los estereotipos construidos por un resentido Hollywood. Pero no: este es un país donde la gente es de carne y hueso, con distintos antecedentes y tradiciones, un país, si ustedes quieren, de cierto modo artificial creado a la fuerza por Prusia en 1848. Pero claro: son cosas de las que uno solo se da cuenta al vivir, convivir y hablar de verdad con la gente, hacerte de amigos y confundirte en el entorno.

* Ah, es que hay que notar: aquí en Colonia y en general en el país entero la raza es pambolerísima, así que, pinches hipsters, dejen de traumarse por los rituales futboleros y etiquetarlos como cosa de "nacos tercermundistas", de las que obviamente jamás se dieron cuenta durante sus estancias en Berlín, Londres o París.

Un momento en el metro la noche del...viernes? sábado? No me acuerdo


El Schull- und Veedelszooch (domingo) en la Ehrenstr.


Dentro de un bar a las 11:30 a.m. del jueves

Niños, los únicos que naturalmente no se pueden poner pedos



Un burdel público ("ensúciate", en dialecto)




Hay que armarse con un buen, calórico y abundante almuerzo

"El euro vino a arruinar el dinero"