lunes, septiembre 24, 2012

Trashy Cologne. Una visita a los sexclubs de Köln.


Hay una iglesia, la más antigua de todas, que se llama Santa María en el Capitolio, construida sobre lo que alguna vez fue el templo de Diana, cuando se terminaron los viscerales tiempos romanos y esto se llenó de tribus germánicas que apenas y conocían la escritura. Santa María en el Capitolio aparece nítidamente dibujada en el mapa de Mercator de 1575, atinado cartógrafo que no imaginó lo que surgiría siglos después en ese pequeñito barrio que en aquella época seguramente se hacía rodear por mercaderías y talleres. Ahora en el siglo XXI es precisamente en el barrio de Santa María en el Capitolio en el que uno puede darse cuenta de que Köln / Cologne es un reverendo mugrero, y no lo digo solo porque sea sucia y ruidosa comparada con otras ciudades, sino porque es deliciosamente pervertida y puerca. Creo que solo la superan Berlín y Hamburgo, aquella por ser la capital y estar llena de ex-Stasis y políticos ansiosos de un fellatio estilo africano, y la segunda por ser un puerto lleno de pescado y mercancías exóticas, Fischmarkt y aledaños, adonde llegan los barcos de Asia y América ya no con jaulillas rellanas con micos, sino con cajotas de iPhones y iPads y demás chucherías.

El barrio de Santa María en el Capitolio alberga varios de los sexclubs más apestosos: apestosos porque hay tinas para ser urinado con placer por otros; apestosos porque huele a cerveza, a sudores y artículos de limpieza. No me pregunten nombres porque no sé como se llaman, solo sé como llegar: y es que es obvio. Hay sitios cuyo nombre no necesitas saber, solo necesitas saber dónde están. El nombre siempre será ridículo o hueco, algo que cambiará junto con el dueño y luego desaparecerá para siempre cuando clausuren el lugar que denomina. Pues caí una vez ahí en esos sitios rodeados de tienditas para turistas y otras  burradas porque a un amigo se le ocurrió llevarme. Se sorprendió cuando le dije que no conocía X, Y y Z locales. Decidió que fueramos, pues al día siguiente era feriado y podíamos no dormir todo lo que quisieramos. Pocas veces he visto tanta cachondez reunida en un grupo de hombres de todas las edades posibles, legales e ilegales, florecientes o desvanecientes, túrgidas o flácidas, edades todas, oh placer, que no conoce fronteras, miedo me ha dado, miedo me da y miedo me dará. Uno de los susodichos sitios --se me olvidó el nombre--, está especializado en desechos corporales: se mea y se caga, se puede ver a otros defecar y se puede ser orinado u orinar a otro. Hay películas porno en pantallas, de esas setenteras sin condón, y apesta a rayos: apesta a Pinol distorsionado en ocho mil otros químicos, como si no hubiera sustancia alguna sobre esta Tierra capaz de detener tanta atrocidad nasal. Para entrar, hay que tocar el timbre: las redadas de la policía y del departamento de salubridad son frecuentes. Creo que este tipo de lugares están aquí para recordarnos que somos seres en un constante proceso de descomposición, y que es debido a esa descomposición por la cual nos aferramos al placer antes de destruirnos.

Omito los otros sitios. Son demasiado comunes: leather, látex, cosas así. Prefiero describirles otro que está entre los dos antiguos mercados, Heumarkt y Neumarkt, junto a un túnel de la nueva línea del metro que lleva en construcción desde tiempos carolingios. Ahí se hacen fiestas fetish temáticas o multitemáticas. Las mujeres--biológicas-- están prohibidas. En un remanso donde se puede fumar, situado donde están las escaleras para descender al laberinto del sótano, me senté a tomar  cerveza y fumar: había unos sujetos vestidos de cuero con erecciones monstruosas, haciendo también sus pausas para beber y fumar tranquilamente mientras hablaban de nazis y nazismo. Uno me preguntó si era de Colonia o si era un immie (inmigrado). Al oír mi obvia respuesta, explayó sus posturas anti-turcas, anti-musulmanas, anti-südländer. No sé si entré yo en esa categoría o no, pero me da igual: pasó a explicarme porqué las dictaduras son buenas.  El amigo que me acompañaba nació en la DDR, así que su memoria está plagada de anécdotas de dictaduras y totalitarismos y gente desaparecida. En aquel remanso de fumadores la atmósfera se volvió política y me aburrí. Caminé hacia los túneles. Mi amigo y yo éramos los únicos en ropa normal, nos aguantábamos la risa. Aunque no es la primera vez en la vida en que me toca entrar a un sitio así (he visitado estos lugares antes en Ciudad de México, en Nueva York y en Hamburgo), hubo un punto en que le dije que no se alejara mucho de mí y que, de ser necesario, aparentara ser mi compañero: era demasiada la perversión reunida, demasiada la cachondez y la exhaltación pornográfica de los distintos atuendos que por un momento temí que tomaran mi ropa normal de civil como otro fetiche y me violaran.

Terminado de contemplar aquello subimos de nuevo al nivel donde todos "socializan", o sea, la pista de baile. Había dos sujetos encuerados danzando como lobas, uno de ellos de edad avanzada, el otro no tanto. Había un negro en ropa interior sentado en la barra. Otro andaba vestido de ninja (?!?) y se reía de no sé qué, solito.

La conversación con el neonazi leather me dejó algo perturbado: hay substratos de la ciudad en que las líneas de la corrección política desaparecen. Hay recovecos en los que los valores cívicos valen madre. En esos calabozos prácticamente todo está permitido, excepto matar (creo). Me impresionó darme cuenta cómo todas esas capitas de hipocresía, simpatía y pudor que usamos para socializar normalmente ahí en este club se anulan por unas horas. Solo rige la ley del consumo mínimo, porque no sé siquiera si valga todavía el sentido común (por aquello del bareback). 

Cuando salimos de ahí, nos fuimos caminando en la más tardía madrugada hasta nuestras respectivas casas. Los panaderos abrían, la ciudad comenzaba a funcionar. Uno que otro jogger madrugador iniciaba su jornada en el hiperestrato donde todo funciona correctamente.

Herr Boigen v. I.
Köln, septiembre 2012.

miércoles, septiembre 19, 2012

Trivialidades de un viaje.

Pasé una larga temporada en México. Y al llegar a Alemania nuevamente, y el tren cruzó el puente para adentrarse en el centro de Colonia, sentí una curiosa emoción al ver el centro de la ciudad, sus grandes iglesias, Groß Sankt Martin, la Catedral, y el ritmo del tráfico sobre los puentes que cruzan el río. Al abrir la puerta de mi casa percibí el mismo aroma que la primera vez que entré aquí, cuando viene a ver este apartamento. El aire tiene otro aroma: es otoño, los árboles huelen distinto. Huele a Alemania en otoño. Aunque vivo en el centro, prácticamente no hay ruido: no lo percibo, es imposible percibirlo, si llegas de México, un país tan escandaloso. El sol tiene otra intensidad; el café me supo sumamente distinto. Los atardeceres son más lentos, el tiempo pasa de otra manera.