martes, septiembre 20, 2011

A Monterrey con cariño, en su cumpleaños 415.

Durante todo el día de ayer estuve fuera de casa, recorriendo varios puntos de la ciudad, entre ellos mi favorito centro, y la zona sur. Caminé por la avenida Juárez en búsqueda de objetos curiosos y llamativos, visualmente ricos o bizarros para comprar: los transeúntes venían, sin excepción, riéndose de algo; hubiera querido saber qué incitaba su risa entre el olor de los elotes, el chile y el carbón. El sol brillaba con intensidad, sin hacer realmente demasiado calor (ya empezó el otoño). Encontré una tienda de ropa de moda pandilleril, o moda chola, estética chicana, fronteriza, pocha, pachuca, hiphopera, como la quieran llamar. Hablé con los dueños, unos cholos auténticos, me decían que su tienda existía desde hace 10 años, desde que estaban en el mercado popular abajo del Puente del Papa, desaparecido con el Huracán Alex en 2010. Abundan ahora en estos rumbos tiendas con camisetas, gorras, patinetas, accesorios para los chavos que bajan de la colonia Independencia a caminar por aquí, son muchos, son extremadamente jóvenes y contrario a lo que puedan creer, no son agresivos. No conmigo, espectador notoriamente ajeno a su mundo.

Más adelante encontré una tienda de memorabilia futbolera, pósters artesanales de futbolistas locales, calcomanías hechas en la iconografía imaginaria de los propios fanáticos, futbolistas heroizados en poses de guerreros, caligrafías azotadas llamando sus nombres, porteros como guardianes de Troya, imágenes de ejércitos enteros. Olía a goma, a acrílico, así como el estudio de uñas, jovencitas en sandalias rosas, blusas cortas apretadas, sonrientes, escuchando fuerte música pop en la enorme radio de donde salía vociferante y entusiasmada la voz del locutor. Como si en México nada pasara, me alegraban el aroma del piso recién fregado, los muros blancos con pósters de William Levy, y el siseo de los enormes ventiladores dispersando el aroma de la acetona y el perfume. Las decenas de colores de uñas eran una explosión visual enceguecedora, soñé con ellas anoche, bromeé con su recuerdo hace un instante, pienso ahora en su textura.

Esa misma tarde fui con una amiga a merendar a una cafetería del sur de la ciudad: había un grupo de señoras festejando un cumpleaños, le cantaron las mañanitas, todas sonreían, todas tenían mucho cariño irradiendo en sus caras, y aplaudieron. Había también una mesa de hombres mayores, todos bebían cocacola zero (diabetes, seguramente, la enfermedad más común del país), y ellos que podrían ser como mi padre miraban con mucha tranquilidad, también reían, así como esa niña con el uniforme todavía puesto, tan hermosa y blanca, a quien sus abuelos llevaban a comerse un pedazo de pastel.

Mi amiga y yo hablamos durante 3 horas, de todos y de todo lo que nos alcanzó durante ese tiempo, me tomé una foto con ella, luego de pensar que después de 13 años de conocernos nunca nos habíamos fotografiado juntos. Tengo la impresión de que hacia el final, cuando me llevó a mi casa, quería decirme algo más, pero algo la contuvo, no sé qué.

Las avenidas, ya a las 10:00 de la noche, lucían un poco solas, pero como siempre, a lo lejos escuchaba silbatos de árbitros, carcajadas, crepitar de carbón, algunos cláxones, y naturalmente a la noche misma.

Felicidades, Monterrey, único verdadero hogar.

1 comentario:

Chocowawa dijo...

En mi vida he conocido a tres regios que aman verdaderamente esta ciudad, muchos no saben apreciar la diversidad que guarda, por miedo a romper las esferas sociales y ser recibidos con hostilidad. Pero sí que Monterrey es hermoso, y vale la pena adentrarse por esas calles que guardan lugares únicos e interesantes. Me ha tocado vivir en la Sultana del Norte, la capital industrial del país, y creo que no hubiera podido tener mejor ciudad para llevar a cabo mi carrera. Espero que continúe creciendo, que se llene de paz y tolerancia. Los regios tienen mucho, solo hay que saber apreciarlo. ¡Felicidades Monterrey! Que para empezar nos dio a Alfonso Reyes, sin igual.