jueves, octubre 25, 2012

En defensa de las humanidades. Una breve polémica..


Geisteswissenschaften, o ciencias del espíritu, es el nombre con el que se conoce en alemán al campo que cubre todas las ciencias humanas. Esta denominación germánica me hace pensar en la naturaleza abstracta e intangible de nuestra actividad, si bien imposible de concretizar en máquinas y objetos, su existencia en el mundo de las ideas o en el del espíritu es lo que les da su permanencia.

Ayer por la tarde tomaba un café con una amiga en la vecina ciudad de Bonn. Me comentaba de las dificultades que implica iniciarse en un programa de doctorado, refiriéndose al hijo de unos amigos suyos; luego hablábamos de que en Alemania, así como en otros países desarrollados, hay muchísimas personas que ostentan el título, más incluso de las que el propio mercado laboral y universitario a veces ocupa, aunque esto no sea verdad en muchas áreas en las que más bien hace falta gente. En todo caso, llegamos a un punto crucial donde indudablemente no coincidíamos: la supuesta inutilidad de las Humanidades. En estos tiempos de crisis en Europa y con los debates económicos al interior de los estados federados alemanes sobre los presupuestos educativos, las cuotas universitarias y el proceso de Bolonia, parecería que nuestros campos de estudio están amenazados si no logran adaptarse a las necesidades del mercado.

Me parece muy bien que se busque orientar las carreras de humanidades de una forma que se pueda tener un empleo que provenga del sustento en otro tipo de actividades relacionadas. Lo que me parece  inaceptable es el asedio de la actividad intelectual per se argumentado su "inutilidad" o, dígamoslo en términos de los teóricos de la Escuela de Frankfurt, falta de "instrumentalidad". Ciertamente las Geisteswissenschaften no son un instrumento como lo es la biología, la medicina o la física; es, más bien, un instrumento para la reflexión abstracta y el desarrollo del pensamiento crítico que va más allá de hablar de libros, obras de arte e ideas filosóficas en cafecitos interminables y tonos esnobs.

Para mí, y para muchos, las humanidades son un proceso de liberación y renovación de nuestra conciencia histórica y cultural. Son un instrumento para entender las fuerzas que rigen la sociedad, para hacernos reflexionar sobre los mecanismos de poder y dominación, sobre quiénes somos y sobre el sentido de todo aquello que nos rodea y lo que hacemos. Quien diga que este mundo de las ideas no sirve para nada se equivoca terriblemente. Sin la reflexión abstracta, el progreso de la Humanidad sería simplemente imposible; no sería a través de la ingeniería que hubiésemos llegado a desarrollar ideas políticas modernas como la democracia, la noción de libertad y de los derechos humanos. Bajo un esquema de pensamiento "práctico" e "instrumentalista", podríamos aún en pleno siglo XXI legitimar el esclavismo, la sumisión de la mujer, el colonialismo, la dictadura y la omnipresencia de la Iglesia. No es solamente el avance técnico lo que nos hace seres más avanzados, sino también la forma en que nuestra tecnología cultural y social evoluciona paralela a la técnica: de hecho, no podemos entender el uno sin el otro, y el que uno de ellos --en este caso, el humanístico--se suprima o pretenda controlarse bajo determinados intereses, conlleva un tremendo peligro.

La discusión e investigación en humanidades debe seguir existiendo, debe seguir financiándose y debe seguir fomentándose, y facilitar su acceso a todos los individuos de cualquier sociedad libre, si es que queremos continuar avanzando y manteniendo nuestro nivel de avance cultural y social. No hablo solamente de la continuidad de nuestras disciplinas en el seno de las universidades, sino que en todo el sistema educativo, desde la educación básica hasta la preparatoria, debe existir un espacio para la reflexión y la crítica, el conocimiento de nuestra lengua, nuestra historia, nuestra literatura y nuestro arte.

Una sociedad que no piensa es esclava de la mentira y el consumo; un mundo que no reflexiona sobre su pasado está obligado a caminar hacia el futuro a ciegas, con el peligro de caer. Hace un par de días reflexionábamos en uno de mis cursos sobre el 1968 mexicano: la violenta opresión gubernamental, el posterior silencio y la censura. Imagínense ustedes que 44 años después de aquel derramamiento de sangre no pudiéramos discutir de las causas, el desarrollo y las consecuencias de aquel evento: que nadie tuviera que leer los testimonios que recogió Poniatowska o Luis González de Alba, o ver Rojo Amanecer de Jorge Fons y otros documentales, porque no es "instrumentalmente útil", porque "no sirve para nada". Imagínense el tremendo hueco sobre la conciencia de toda una civilización no tener noción ni idea de lo que significa luchar por la libertad y contra la imposición. 

Imagínense que alguien me prohibiera investigar sobre literatura alemana y migración en el periodo nacionalsocialista porque simplemente no se puede aplicar a ningún campo de la vida concreta: porque no puedo con ello vender coca colas, ni fabricar automóviles o medicamentos. No podría yo contribuir de ningún modo a que continuaramos pensando en la forma en que las letras y las artes en general pueden ser un instrumento peligroso de propaganda, y al mismo también una herramienta de lucha contra la infamia y la locura racial y totalitaria del fascismo. No podría contribuir, lo poquito que lo hago, a entender el desarrollo de la idea de nación y cultura alemana más allá de las fronteras de Europa, en los procesos de migración; muchos seguirían creyendo que Alemania es y siempre ha sido solo un receptor de "malos inmigrantes" y no habría memoria de que alguna vez la gente también se fue de aquí, incluso mucho antes del advenimiento del fascsmo. Fascismo, una palabra que hace tanto eco en la Europa de hoy, amedrentada por una crisis monetaria y política cuyas causas están precisamente en la debilitación de las instituciones democráticas y la soberanía del Estado bajo las corporaciones y los bancos.

Sin las Humanidades sería sencillísimo hacernos creer historietas pendejas, como por ejemplo pretendieron hacerle creer a nuestros parientes españoles que con la entrada a la Unión Europea no faltaba mover un dedo más hasta que se hundió el país entero en un par de meses. U observen ustedes el caso de Estados Unidos, cada cuatro años en riesgo constante de caer en garras de alguien todavía más pendejo que George W. Bush que los envíe otra vez a alguna guerra absurda y termine por privatizar hasta el agua y el aire, y acabar con todo derecho ciudadano hasta terminar de favorecer al último de los consorcios. O como quieren hacernos creer a nosotros los mexicanos, no sin mucho éxito, que la guerra contra el narcotráfico es una lucha de legítima defensa del Estado de derecho que justifica los miles de muertos y la inversión en millones en más armas y más congeladores de cadáveres, a la vez que ciertos cárteles son favorecidos en una guerra de una doble moral absurda donde son frenéticamente aplaudidos locos despóticos al estilo Mauricio Fernández.

Quitarle a los jóvenes la oportunidad de desarrollar unos ojos críticos para enfrentarse al futuro conlleva un terrible peligro para nuestra civilización. Sería entregarle el mundo, así como así, a individuos sin conciencia ni respeto por la vida ni la libertad. Sería convertir el planeta Tierra en un sweatshop gigantesco, en una especie de Mundo Feliz donde la elite hace lo que quiere con nosotros. 

Y no es que vivamos ahora en el más ideal de los paraísos: pero al menos no han logrado hacernos llegar aún a ese punto en el que nadie piensa y solo consume.






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