Hace siete años falleció mi abuelo
paterno. No eramos demasiado cercanos, pues él era una figura de
autoridad que aunque querida era a la vez temida, y eso frenaba que
hubiera mucho acercamiento. Pero lo recordé hoy, y me acordé que
exactamente hoy cumple años de habernos dejado. Junto a él, recordé a mi
amada abuela, su esposa, que se fue 6 años antes que él en la misma
fecha.
En
México, los primeros dos días de noviembre es para recordar a nuestros
amados fallecidos y honrar su memoria. Y recordé que cuando mi abuelo
falleció había escrito este pequeño texto. Hurgué entre mis archivos y
lo encontré. Aquí se los comparto de nuevo.
Adrián H.
A la memoria de mi abuelo
1916-2005
Trato
de reiniciar el trazo, de hacer memoria, más allá del momento en que
supe discernir las primeras formas, las primeras letras, el primer
color.
Todo en el mundo comenzó con un sí (Clarice Lispector: 9)
Imagino
las noches frías de la sierra, el interminable cosmos indicando el
rumbo de los hombres. El silencio, el olor de la hierba, las hondas
raíces, el lamento del ganado, el rumor de la gente.
No sé si algún día en aquella remota villa serrana soñaste las ramas bifurcantes que dejarías.Si bajo las luz de las velas de cera imaginaste que tu nombre llegaría hasta nosotros y todavía más allá.
Si
aprendiendo las primeras letras o bajo la disciplina implacable de tu
padre imaginabas todo esto. Si pensabas en el devenir de las décadas.
Me pregunto si imaginabas que cruzarías al otro siglo intacto para de repente irte, como diciendo, crucé los años, lo logré.
Pienso
en el adolescente que llegó a la ciudad para forjar un nombre y una
casa. El apellido que fundaste -porque dicen por ahí que realmente no
eras Herrera-. Pienso en el hombre que vendía ropa a mediados de siglo,
que era juez. Pienso en el masón anticlerical, el ateo incansable, el
matasotanas.
Mi
abuela débil bajo tu sombra sempiterna, ahora extinta, esperándote,
tolerándote, amándote, dándote hijos. Tus incontables hijos; doce,
oficialmente.
Alto,
grueso, cejas abundantes. Eras el patriarca incuestionable, de moral
firme. Odiabas tanto a la gente disipada y sus excesos.
Temíamos
tus gritos, tu desaprobación. Pero también eras el abuelo que todo lo
consentía, preocupado por nuestras enfermedades, gustoso de que sus
ramas crecieran, de que dieran frutos.
Amaste
con fervor a las mujeres de tu familia. Todas ellas, consentidas tuyas.
Por nosotros, vivías empeñado en que se nos rasgara la piel porque en
el dolor, decías, estaba el aprendizaje, porque siempre creíste -y nos
has hecho creer- que el trabajo es sagrado, que el sacrificio es un
medio, quizás el más valioso de todos.
No sé si cortando magueyes o bebiendo el chocolate matinal, hace ya muchas décadas, nos habías imaginado. Nosotros.
Todo en el mundo comenzó con un sí (Clarice Lispector: 9)
Está
todavía en mi memoria esa recia voz rompiendo la calma que el olor de
los pisos limpios crea en los largo pasillos de tu casa. 1943: Tu casa.
Engendraste a mi padre, y él me engendró a mí. Lo alimentabas, curabas
su enfermedad, vigilaste con rigor y disciplina su crianza, del mismo
modo en que él lo hizo conmigo. Somos una cadena larga.
Tengo
un diccionario tuyo. Me lo regalaste hace ya tiempo. Ahí están algunas
de las palabras que usamos. Ahí, consignada, nuestra comunicación.
Siempre
que nos veíamos me preguntabas cómo me iba. Yo te digo que bien. Que
estoy contento. Que he conocido el amor, que quiero viajar, conocer
gente, ver el mundo.
die Welt rundsehen / Menschen kennenlernen (Ausländer: 72)
Así como tú lo abriste.
Creo
que jamás me será posible computar las cifras que tu transitaste, que
tú poblaste. 1916, 1938, 1945, 1970. Pero en algún punto teníamos que
coincidir. Y en otro, separarnos.
Miro las fotos. Y busco en todos esos años una semejanza. En el espejo encuentro tus cejas, tu nariz. Aquí están, sobre mi cara, repitiéndose.
Yo les pregunto a ustedes: ¿Cuánto pesa la luz? (Clarice Lispector: 80)
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