domingo, diciembre 18, 2011

Más de lo que puedes leer

Tengo que ser realista: entre las ocupaciones fijas, el entretenimiento con los amigos, las obligaciones de la casa, ya no puedo dedicarme a leer tanto como solía hacerlo en mis épocas de estudiante universitario en las que solía aventarme varios libros por semana. Tengo muchos intereses, no solo la literatura (que es no solo mi hobbie, sino mi profesión). Sin embargo me siguen encantando mis libros, los amo, y mi colección es voluptuosa, tanto allá como acá. Como todo mundo, tengo libros que nunca he leído completos, otros que he leído varias y repetidas veces, otros tanto que hojeo al azar (como los de fotografías o poesía) según mi estado de ánimo. Llegué a Alemania con 15 libros básicos, que con el tiempo se han convertido en varias decenas que ya sofocan este su congal.

En Colonia tenemos varias librerías chingonas, y el jueves antepasado visité por primera vez la que oficialmente he declarado como mi librería favorita de la ciudad: se trata de la Lengfeld'sche Buchhandlung, a escasas cuadras de la catedral y de los estudios de la WDR. La descubrí un domingo de esos que me salgo a caminar a lo baboso para quitarme el tedio de los tiempos que corren. Ví que habían dedicado a este mes (tienen escritor del mes) al exquisito Uwe Johnson, un autor de la DDR que huyó a Berlín en los años sesenta y de los primeros en señalar el drama de la división de las dos Alemanias. Su novela más significativa, para mí, es Mutmassungen über Jakob (Suposiciones sobre Jakob). Pensé que si una librería le dedicaba el mes a este sujeto, debería ser un buen lugar.


Así que volví días después: estaba su dueña, una anciana milimétrica a la vez tiranosáurica de nombre Hannelore. Lo sé porque conversaba con una amiga suya, sentada en un sofá: hablaban de su declaración de impuestos y de los avatares del servicio médico para terminar discutiendo sobre la limpieza editorial de la traducción más nueva de Crimen y castigo al alemán. Yo las escuchaba mientras veía los libreros, expresándose en un alemán nítido, precioso, elegante y cultísimo. De fondo tenían una música indescifrable, que no era jazz, ni clásico, ni nada de eso: era algo más, como una sinfonía de todas las estaciones del año, una sinfonía de cielos y tierras o de todos los siglos y de todas las luces. Hojeaba libros de poesía hasta que Hannelore se puso de pie y me preguntó si buscaba algo en especial, y le pedí algo de Oskar Pastior. Buscó sin hallarlo y dijo "En realidad, siempre hay algo de él por aquí... pero ahora no tengo nada." Me encantó que no me molestara con un "¿Quiere ordenar una copia?", demostrándome que la cuestión mercadotécnica quedaba en segundo lugar.

La poesía completa del reciente Nobel, Tomas Tranströmer, traducida al alemán

Por todas partes había retratos de autores, sobre todo alemanes, Kafka por aquí, Herta Müller por allá, y otras tantas caras que no reconocía. Me daba la impresión de que la mujer los conocía o había conocido personalmente a todos. Al fondo de la tienda, había un pequeño estudio con micrófonos y asuntos varios: supe entonces que ahí se habían hecho grabaciones de audiolibros y de autores que habían recitado la propia obra. Supe que se habían grabado ahí también todos los tomos de En busca del tiempo perdido. No tuve más palabras.

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