lunes, abril 07, 2014

Por qué viajar. I: De cómo nace el instinto viajero

Hace poco escuché una vieja entrevista con el autor de literatura de viajes Paul Theorux,* en la que dice que él se fue de su natal Massachussets para poder ser él mismo. Hablaba de un impulso interior de irse muy lejos, y que pensaba que necesitaba primero largarse para que su imaginación se incendiara. No pudo tener más razón este señor.

Hace muchísimo tiempo, tiempos remotos ya, tuve que pasar la oscura prehistoria de mi adolescencia en una de las ciudades con una de las clases medias más rancias, mediocres, aburridas y absurdas -perdón, no se me ocurre otro adjetivo-: Monterrey (México, al noreste). La clase media (medio mentalmente obtrusa, medio tonta, medio mediocre pero completamente católica, hija de María Auxiliadora, Marcelino Champiñón o LaSalle) en la que fui criado me mostró horizontes muy limitados, un modelo de vida muy rígido y "valores" basados en un catolicismo consumista, conservador, racista y con una doble moral (porque con una no es suficiente) tan aburrida que en cuanto se me cayó la banda de los ojos (ca. 13 años) tuve un profundo deseo de largarme de ahí en cuanto me fuera posible.

Siempre supe, lo sabía perfectamente en el fondo de mi atormentado espíritu por las hormonas y el deseo, que había --debería de haber-- sitios mejores y más interesantes, más llenos de vida y estímulos de todo tipo: música, arte, literatura, paisajes naturales, sexo, idiomas distintos. Sabía que tarde o temprano quería ver el mundo y hacer otras cosas de mi vida y no estudiar ingeniería X o mercadotecnia Y para ganarme un puesto en algún consorcio mexicano y conseguir el así llamado sueño regiomotano (casa, coche, niños, por supuesto todos de moreno claro a blanquitos, para ser alguien dentro de la gran pirámide de la pigmentocracia mexicana, más empinada y difícil de escalar que todos los monumentos arqueológicos de nuestra aporreada nación). 

Independientemente de eso, pienso que todo tuvo un origen aparte de mi infinita curiosidad natural. En mi infancia, no solo el viaje era rutina -- mis padres, originarios de Tamaulipas, nos obligaban a visitar a la familia con muchísima regularidad --, sino que para las vacaciones se viajaba bastante alrededor de México y hacia la frontera texana; cada verano, mi padre nos subía al coche y nos íbamos a la aventura por ahí: Zacatecas, Mazatlán, Durango, Acapulco, Taxco, Puebla, Tlaxcala, Veracruz. Mi papá nunca tenía un plan fijo, y tampoco nos avisaba de tales (si lo hacía no me acuerdo), pero recuerdo la alegría de esos viajes llenos de planes espontáneos: las canciones, los paisajes, las montañas, la gloria de las antiguas civilizaciones, los mercados llenos de comida rara y exquisita. Yo era un regio acostumbrado a una gastronomía que aunque rica, muy diminuta, y los mercados con sus caldos y pozoles y maíces de distintos tonos fueron los que más se quedaron en mi memoria. Aún así yo era demasiado joven para apreciar con plenitud ciertas cosas, como por ejemplo, los abismos culturales que hay dentro de México o las diferencias lingüísticas, pero mi padre gracias a ello nos introdujo esa vena de curiosidad por otras geografías. Recuerdo que uno de esos inviernos atroces de los que ya casi no hay, en el estacionamiento de un shopping mall en McAllen, Texas (¿o sería Laredo?) ví varios automóviles con placas de estados como Minnesota, South Dakota, Arkansas, Ohio, etc., que pertenecían en su mayoría a ancianos que venían huyendo de los -273 grados celsius. Recuerdo que esas placas me llamaban terriblemente la atención y exhaltaban mi curiosidad: ¿cómo se verían esos estados?, ¿qué tipo de gente vivía ahí?, ¿qué religión practicaría y cómo sonaría su inglés?

Cuando estaba en la preparatoria, oh nicho infernal, me aburría muchísimo en las horas libres. Yo no era --como podrán imaginarse-- ni por asomo popular (tampoco quería serlo, qué hueva), y salvo unos cuantos amigos que me tardé en hallar, con nadie lograba entretenerme: la inmensa mayoría de mis compañeros (un 90%) era inmensamente idiota y aburrido (más de lo que yo era). No les interesaba nada más que alguno de los equipos de futbol locales, la música pop ñoña de la época y estudiar algo fácil para ganar mucho dinero. Por esa época descubrí el Internet, los sitios web en lenguas extranjeras y los foros de discusión y chats (muy escasos en esa época) donde había gente de todo el mundo. Recuerdo haber encontrado la página personal de un sueco fan del Manchester United al que le escribí un mail preguntándole que cómo era su país: nos intercambiamos bastantes correos, que por desgracia no guardé (aun me acuerdo de las preguntas tan ingenuas mías, como por ejemplo, si era cierto que la gente se bañaba desnuda en esos fríos mares y si eran tan fríos como se decía). Ya dominaba el inglés y podía acceder a muchísima información de muchísimos lados del mundo.  

Mi hermana se había mudado a Ciudad Juárez, Chihuahua, algo así como el Planeta Marte en distancias europeas, a solamente (!!) unas 14 horas en coche desde Monterrey. Recuerdo la gran excitación que me produjo el primer viaje que hicimos en familia para visitarla: la extraña planicie texana (¿Vieron "No Country For Old Men"?) y sus pueblos raros, Fort Stockton, Alpine, Valverde, Eagle Pass. Podrán pensar que qué simple, pero para mí fue como echarle luz a un rincón oscuro del universo: el paisaje texano, estepario, lleno de arbustos pequeños, planicies que jamás se terminan, venados cola-blanca que de la nada saltan sobre tí, muchos gringos corpulentos manejando señoras camionetotas y diners con huevos estrellados y carne seca. El viejo oeste: y al final de una inmensa, larguísima carretera plana como la muerte, El Paso, Texas y Juárez, Chihuaha, dejando una herida de luz sobre el paisaje vespertino, ante unos cerros resecos, resequísimos, vigilados por una iluminada Lone Star (del lado americano) y una inscripción bíblica (del lado mexicano). Recuerdo haber regresado a Monterrey con una sonrisa enorme en el alma, y con varios libros en inglés que devoré en cuestión de días: entre ellos, una libro de poesía de Wislawa Symborska (de Polonia, ¿cómo sería Polonia?). Recuerdo cómo me fascinó enterarme de que había en El Paso una comunidad judía, y ver su periódico de repartición gratuita en el Barnes & Noble del pueblo, oh gran descubrimiento, era como un pedazo de otro lejano mundo.

Poco después tuvo lugar mi primer viaje solo a la lejanía verdaderamente lejana (o al menos, para esos estándares): Vancouver, Canadá, donde hice una pequeña estancia durante la preparatoria. Claro, Canadá era el destino típico de los chavitos de la clase media alta para aprender inglés. Yo era de economía algo jodida, e inglés ya sabía, pero aún así fui (no sé cómo lo logró mi papá, que en esa época atravesábamos por una crisis económica familiar). Fue poco tiempo, sin embargo mi mente llegó tan azuzada, tan llena de ideas, tan histéricamente estimulada y a punto de estallar que apenas podía esperar el momento siguiente en que una experiencia similar volviera a suceder. Pero yo no era económicamente independiente, y México, ya saben, no es precisamente un país donde fluya la leche y la miel.

Cuando regresé a Monterrey no pasó mucho tiempo antes de que me empezara a sentir  ( { [ cada ] vez } más ) ( { [ encerrado } ] ) y  a  v e c e s 
c a d a v e z m á s  

            A.     I.     S.     L.     A.     D.     O.

Odiaba esa ciudad, aunque luego la amé y luego la volví a odiar 10,000 veces. Cuando escuché a Juan Goytsolo, un importante autor español asentado en Marruecos, decir que las personas no tienen raíces, sino pies, pensé cuán llena tenía de razón la boca ese señor. Y fue de ahí que decidí que cada vez que pudiera me largaría, aunque fuera solo a la pinche Villa de Santiago. Faltaba mucho tiempo para poder salir de allí de verdad. 

Creo, después de esta larga desiderata, que el deseo de moverse nace de una curiosidad tan infinita que te hace querer abandonar -- por el tiempo que sea --  el lugar donde naciste.

Cologne, Germany, 8 de abril de 2014.

* recomiendo escuchar la entrevista, dura 50 minutos más un round de preguntas.

3 comentarios:

justagirl dijo...

es una fascinacion leerte, gracias por compartir. Una parte de mi se alegra con recuerdos de cuando nos conocimos, en alguna de esas epocas.

Te escribo sin acentos ni enies, por motivos muy similares que me han llevado a un pais lejano (a veces nada lejano y a ratos provocandome las mismas sensaciones de querer salir huyendo) en donde no existen.

un beso grande y por favor, sigue compartiendo este tipo de cosas

LJVM
resulta.blogspot.com

jennivora dijo...

Me encanta la frase "la gran pirámide de la pigmentocracia mexicana"

so true.

Herr Boigen dijo...

Querida LJVM: qué maravilla tenerte por aquí de visita :-) Somos una generación de peregrinos, qué bien haberte conocido en este camino!

Doña Jennivora: gracias por tu visita, besos!!